Descubrí la pornografía a los trece años de edad. Estudiaba la secundaria. Un vendedor de revistas explícitamente obscenas trató de inducirme a participar, con otros compañeros de mi escuela, en sesiones de fotografías y videos de desnudos. Su invitación fue tan rotunda y agresiva que nos asustamos y huimos. En el libro LOS OJOS DE MI PRINCESA, relato los pormenores.
La noche en que me ocurrió aquello, busqué algunos libros de sexología y traté inútilmente de entender por qué no podía apartar de mi mente las imágenes impresas que vi.
Mi madre me encontró esa noche de desvelo en el estudio de la casa. Preguntó qué pasaba y yo le conté todo. Le dije que mi mente era un mar de ideas contradictorias, imágenes excitantes y repugnantes a la vez.
Ella era una mujer preparada. Se acercó a para abrazarme. Al fin comentó en voz baja.
—Debes saber esto. Muchas falsas agencias de empleos solicitan modelos para embaucar a los jóvenes y abusar sexualmente de ellos… cientos de adolescentes en el mundo son secuestrados cada año para ser objeto de explotación sexual. La pornografía juvenil e infantil es el gran negocio de esta época. Cuando la policía registra las pertenencias de los criminales, siempre encuentra con que son aficionados a la más baja pornografía y perversiones sexuales.
—Mamá… lo que acabo de descubrir… Me gusta y me causa temor. ¿Por qué me pasa esto?
—¿Qué?
—No puedo apartar la porquería de mi mente… Sé que es algo sucio, pero me atrae. Me da asco pero me gustaría ver más. No entiendo.
—Un poeta escribió que los jóvenes son como náufragos con sed. En un naufragio, los sobrevivientes se enfrentan con una gran tentación: Beber el agua de mar. Quienes la toman, en vez de mitigar su deseo, la hacen más grande al grado de casi enloquecer por la sed y mueren más rápido. La pornografía, el alcohol, la droga y el desenfreno sexual son el agua de mar. Si quieres destruir tu juventud, bébela…
—Pero tengo mucha sed… ¿cuál es el agua pura?
—El Amor. Mi papá contaba la historia de un soldado que cayó prisionero del ejército enemigo. El soldado fue metido a una cárcel subterránea oscura, sucia, llena de personas enfermas y desalentadas. Un día, la hija del rey, llamada Sheccid, visitó la prisión. Fue tal el desencanto de la princesa, que suplicó a su padre que sacara a esos hombres de ahí y les diera una vida más digna. El soldado se enamoró de la princesa Sheccid y, motivado por el deseo de conquistarla, escapó de la cárcel y se obstinó en superarse y convertirse en un gran hombre para después acercarse a ella. Esa princesa fue su motivación e inspiración; tanto que llegó a ser uno de los hombres más ricos e importantes del reino.
—¿Y llegó a conquistarla?
—No. La princesa fue su aliciente, su musa, su fuerza. El Amor te da ese tipo de motivaciones. Aférrate a tu “Sheccid” y olvida la porquería que conociste hoy.
Hubo un largo silencio. Me erguí y la abracé. Ese momento fue decisivo en mi vida para aprender a amar.