Dos hermanos huérfanos deseaban ser pintores, pero no tenían dinero y la única fuente de ingresos en el pueblo era la vieja mina. Ambos echaron a la suerte cuál de los dos trabajaría como minero, y cual iría a la academia de pintura.
El menor ganó; tuvo emociones encontradas, por un lado estaba contento de poder realizar sus sueños, y por el otro, sabía que su hermano se enfrentaría a un trabajo desgastante y peligroso. Sin embargo, las cosas debían hacerse como lo planearon. Prometió que cuando terminara de estudiar, apoyaría a su hermano para que también pudiera ser pintor.
Pasaron varios años. Al fin, el joven comenzó a tener éxito. El día en que inauguró su primera galería, le dio las gracias a su hermano diciéndole:
—Ahora es tu turno de estudiar; venderé mis cuadros y pagaré tus gastos al cien por ciento.
El hermano mayor renunció a la mina y fue a la academia, pero en cuanto tomó un pincel se percató de que sus manos temblaban sin control.
Acudió al médico, quien después de una serie de estudios, le dijo:
—Lo siento, usted jamás podrá ser pintor; ha trabajado demasiado tiempo en la mina, estuvo expuesto a la humedad y a maltratos que han afectado su motricidad fina.
El joven se enteró de la mala noticia, corrió a la casa de su hermano mayor; lo encontró sentado frente a la mesa con las dos manos unidas y la cabeza escondida entre ellas. Los nudillos huesudos entrelazados sobresalían en la piel venosa. No supo qué decirle. Se sentó a su lado y lo abrazó.
—Haría lo que fuera por ti —le dijo—, ¿cómo puedo ayudarte?
El mayor se encogió de hombros.
—Pinta mis manos… y, cuando veas el cuadro, recuerda que estas manos se deshicieron para que tú te hicieras…
Pocas veces nos detenemos a pensar que detrás de todo logro público hay esfuerzos y sacrificios privados; ¡en ocasiones realizados por otras personas!; gente que labora de sol a sol para poder brindarnos el fruto de su trabajo. Personas que nos aman y están dispuestas a todo por apoyarnos.
De los dos hermanos, aunque el pintor haya logrado popularidad, el minero será siempre el personaje más extraordinario…
Querido lector, tienes mucho que agradecer. Hay manos que se han deshecho para que tú te hagas. Honra a los héroes que te han respaldado, haciendo que tus actos sean siempre dignos y meritorios. Si estás pensando en alguien mientras lees este artículo, llámale por teléfono ahora y dale las gracias. Tú has sido una persona muy crítica; has señalado los errores de otros con dureza. Pero tal vez te ha faltado calidad humana para elogiar y agradecer a quien no sólo ha aguantado tus caprichos, sino que ha seguido sosteniéndote en silencio. Reconócelo. Págale con amor. Y después, cuando sea tu turno, pártete el alma en la lucha para ayudar a alguien más. Que tus manos se deshagan para que otros se hagan.