En mi libro Sangre de campeón relato una anécdota que me ocurrió a los 15 años. Era el primer día de clases en mi escuela. A media mañana, el profesor titular hizo un sorteo para elegir al jefe de grupo. Para mi sorpresa, fui seleccionado. A partir de ese momento tendría la responsabilidad de guardar conmigo la lista de asistencia, ayudar al maestro a recoger exámenes y a calificar trabajos. También reportaría a los indisciplinados y distribuiría los premios que se dieran al grupo.
El nombramiento me llenó de orgullo, pero pasó algo curioso: se me acercaron varios compañeros que antes ni siquiera me hablaban; aunque no eran mis amigos, se portaban como si lo fueran. Algunos se atrevieron a decirme en secreto frases como: “Ahora no tendrás que estudiar demasiado, porque podrás arreglar las calificaciones cuando el maestro te preste sus listas”. Otro me dijo: “Déjame ayudarte en tu trabajo de jefe; juntos podemos repartir los premios y quedarnos con los mejores”. Y otro más me advirtió: “No te olvides que soy tu amigo; cuando tenga faltas o reportes espero que me protejas”.
Ante tanta presión me sentí desconcertado; fui a ver al profesor titular. Le comenté mis intenciones de renunciar al cargo, pues era mucha la insistencia de mis compañeros para hacer trampa. El profesor me respondió de manera imperativa:
—¡Vamos a hablar claro, jovencito ¡ Los dirigentes tienen muchas obligaciones. La más importante es enseñar honradez. Eso significa que cuando un líder hace trampa, le falla a toda su gente pues viola el principio fundamental del liderazgo: ser un ejemplo a seguir. Necesitamos dirigentes íntegros; en la política, en los negocios y en la sociedad. Ser jefe es un gran reto, porque al estar arriba, muchas persona hipócritas te van a adular. El jefe llega a creerse superior y se corrompe. No apliques poder para mandar sino la autoridad para servir. Sé valiente y no renuncies al cargo.
Escuché al profesor y algo se movió dentro de mí. Comprendí que el mundo está lleno de personas que presumen recompensas no merecidas, títulos robados, dinero ilegal. Todos quieren parecer exitosos, pero muy pocos están dispuestos a decir la verdad. Un campeón no vale por sus diplomas, vale por su honradez. Integridad es hacer lo correcto, aunque nadie te esté mirando. Cuando defiendes tus principios, luchas por la verdad, te mantienes firme y no aceptas la mentira, el soborno o el engaño. Muchos tratarán de convencerte de aceptar negocios fáciles, te invitarán a mentir, a perjudicar a otros para que ganen algo. Si tu convicción es fuerte, y tus pensamientos honestos, serás un campeón a toda prueba, poderoso e invencible que siempre brillará por sus principios. Mi maestro terminó diciendo:
—Nunca olvides que tienes sangre de campeón —asentí y le di un apretón de manos. Acepté el puesto y fue un año de gran crecimiento y aprendizaje.