Hace unos meses recibí el correo de un amigo lector. Estaba desesperado. Él y su esposa pasaban por una terrible crisis. Acababan de sufrir la muerte de un bebé durante su gestación. Era el segundo que perdían. Por desgracia, en la intervención quirúrgica de emergencia, los médicos tuvieron que extirparle el útero.
Ella ya no podrá volver a embarazarse nunca. Estaba deshecha. Había sustentado su proyecto familiar en la perspectiva de tener hijos. Así que suprimiendo esa posibilidad, ya no le quedaban razones para seguir casada. Le pidió a su esposo el divorcio. Lo hizo también en un acto de sacrificio afectuoso, para que él pudiera buscar a otra mujer capaz de hacerlo padre y “formar una familia”.
Le sugerí un ejercicio básico para conocer sus prioridades. Cuando a una persona se le pide dibujar un árbol que represente a su familia, el resultado suelen ser troncos con distintas ramas simbolizando a los integrantes del hogar (mamá, papá e hijos).
¿Cuál es el tronco que sostiene el hogar? ¿El esposo? ¿La mujer? ¿Los niños? No me refiero al apoyo económico, sino a la esencia que mantiene a la familia en pleno funcionamiento emocional y social.
Sin duda es un error cimentar la vida familiar en los hijos, pues con el pasar del tiempo emprenden su propio camino. La pareja debe cultivar su propia comunicación, intimidad y complicidad. Los hijos son un regalo (mejor dicho un préstamo) otorgado a la pareja; un fruto que deberán nutrir, y que (como cualquier fruto), en algún momento será cortado, manteniendo la conexión genética y emocional, pero con una vida independiente.
La familia comienza con el amor de una pareja. Es el tronco. La esencia. Pueden faltar los frutos, pero el árbol seguirá de pie.
Es indispensable que todos convirtamos el matrimonio en un motor que bombee energía a cada rama, hoja y fruto del hogar. La relación de pareja influye más que ninguna otra cosa en el desarrollo de los niños. ¿Quieres brindar felicidad a tus hijos? ¡Haz feliz a tu esposa o esposo! ¿Deseas luchar por tu familia? Comienza por dar vida al matrimonio. Ese amor será destilado por cada rincón de la casa y tus hijos serán los primeros beneficiados.
Después del ejercicio, mi amigo lector comprendió mejor sus retos y circunstancias. Poco después me escribió:
“Ella me pidió que busque otra mujer para que pueda formar una familia, pero yo ya tengo FAMILIA. Quizá no tenemos hijos y nunca los tendremos, sin embargo ella y yo nos amamos; nos tenemos el uno al otro, igual que al principio. Quiero envejecer a su lado. Nuestros apellidos se han fusionado al igual que nuestro corazón. Tenemos una historia propia. Disfrutamos nuestra íntima complicidad. Compartimos un proyecto de vida. No nos hace falta nada. No tengo que buscar en otro lugar lo que ya he hallado con ella. No me cansaré de decirlo: Mi esposa es mi familia”.